Como en cualquier otro campo, los vínculos que se pueden establecer entre urbanismos y culturas son innumerables. En relación a las culturas comunitarias, desde la perspectiva del urbanismo hay tres cuestiones que nos generan muchas dudas y que, de alguna forma, sentimos como continuas y urgentes, como temas de fondo que nuestro tiempo tiene que pensar cuanto antes. Como respuesta a la estructura propuesta por Kulturtopías, introduciremos estas cuestiones mediante seis casos de muy diversa condición y mediación entre lo urbano y lo cultural: desde objetos, técnicas o procesos, hasta tipos de espacios, ciudades o locales de hostelería.
Antes de enumerar estos temas y conceptos, y como contexto para situar el discurso planteado, sintetizamos muy brevemente nuestro posicionamiento de partida. Ahora mismo, damos prioridad a la perspectiva de Manuel Delgado: la cultura es hoy, principalmente, una forma de pacificación, y el urbanismo, una «máquina de guerra contra lo urbano».
Los tres temas y seis conceptos que sugerimos para pensar las culturas comunitarias son los siguientes:
¿Cómo nos relacionamos con lo popular?
Muchas prácticas populares, desde lo cultural a lo económico, se han visto sometidas en los últimos años (y probablemente siempre) a diferentes formas de captura: para instrumentalizarlas, para seleccionar y controlar las prácticas admisibles y/o por simple extractivismo capitalista. ¿Qué hay entre la captura, voluntaria o involuntaria, y la indiferencia hacia las culturas populares?
A través de los casos del grafiti y el palé, se introducirá el debate sobre el conflicto entre la condición maquínica de las cosas y los procesos de captura a los que se enfrenta toda práctica social.
¿Cómo nos relacionamos con lo imprevisible?
Uno de los grandes problemas a los que se enfrenta el mundo urbano es el consenso de todas las ideologías y escalas políticas respecto al objetivo último de establecer un orden absoluto y controlar cada metro cuadrado del territorio, una idea que se entiende como el único camino aceptable e inevitable para la evolución de nuestra cultura urbana occidental. ¿Se puede pensar la exterioridad ahora que todo parece indicar que está en peligro de extinción?
A través de los casos del descampado y el llamado "feísmo" en Galicia, se introducirá el debate sobre la necesidad de los espacios y tiempos para lo humano frente a la creciente normalización del control total de territorios y personas.
¿Cómo nos relacionamos con lo genérico?
En un momento marcado por un cierta descreencia popular, tanto de la bondad, naturalidad o inevitabilidad de los productos del capitalismo, como de que toda realidad contemporánea es sustancia capitalista que no produce más que deshumanización, se echan en falta enfoques capaces de combinar una crítica materialista y ética del mundo con el análisis desprejuiciado de los productos de ese mismo sistema hoy en decadencia. ¿Se pueden re-capturar las cualidades sociales de los productos del capitalismo? ¿Qué puede significar disolverse en la masa para la cultura? ¿Es útil seguir fingiendo que existen no-lugares culturales?
A través de los casos de Benidorm y McDonald’s, se introducirá el debate sobre la lectura de las cualidades infiltradas en lo masivo, globalizado, banal, ordinario o turístico frente al desprecio con el que mundos como el urbanismo o la cultura se enfrentan a algunos de los productos más fácilmente asociables al capitalismo.
A continuación, se introducen cada uno de estos seis casos-conceptos:
#Grafiti
Pensemos por un momento en las cualidades que pueden llegar a representar cualquiera de las materializaciones del grafiti no avaladas por el mundo cultural, aquellas que se suelen denominar incluso desde el sector artístico como simples, egoístas e ilegales "pintadas":
Son una forma de expresión o comunicación social no mediada por el capital, el Estado o la opinión pública salvo de forma indirecta (legislación más o menos coercitiva y punitiva, precio de los sprays, ataques desde medios masivos, etc.). Un valor obvio si la libertad de expresión o la posibilidad de autonomía frente a estas tres instituciones se considera una simple necesidad social que ha encontrado acomodo en lo urbano. De hecho, históricamente, este tipo de expresión pública que obvia la propiedad del soporte empleado (única transgresión criticada por el orden vigente) ha sido utilizada para una gran diversidad de fines y por una multitud colectivos como forma de visibilización de sus sentimientos, inquietudes, aspiraciones y problemáticas. Es decir, algo bastante parecido a lo que entendemos por cultura.
Su relación directa con el espacio cotidiano y la extrema facilidad de su uso en las sociedades alfabetizadas. En algún momento, se decidió que en los espacios urbanos solo tendría cabida la señalética gubernamental o la comunicación comercial. Mientras muchas personas se reían del "Emosido engañado", el poder de la palabra escrita había sido ejercido, probablemente, por alguien que supuestamente no debería tener acceso ni a ese derecho. Por otra parte, en un momento en el que el control personal continuo a través de los dispositivos digitales y los famosos "algoritmos" es ya un problema que empieza a ser investigado por muchos activistas e instituciones globales, la condición de hecho físico del grafiti es insustituible. Nunca más que ahora tuvo sentido la jerga grafitera de comerse un grafiti: cuanto más personal y dirigida sea la comunicación recibida por cada ciudadano, más necesario será que nos tengamos que comer lo inesperado.
La asincronía o no inmediatez del formato con respecto a los tiempos esquizofrénicos de la actualidad mediática y la publicidad masiva. El papel de memoria colectiva que representan los mensajes que sobreviven a sus hechos, cuando se descontextualizan temporalmente debido a su variable y precaria duración, se ha convertido en muy relevante en un contexto cada vez más acelerado y de sobreinformación. Parece razonable dar legitimidad a un sistema que hace posible encontrar mensajes como "Rusia abusa de Georgia", "Jimmy sempre con nós" o "Libertad titiriteros" mucho tiempo después de que los medios de comunicación hayan olvidado el tema para siempre.
La "humanización" radical, en términos personales, que implican aquellos formatos basados en la repetición (firmas, tags, plantillazos, etc.). La relación o el contacto con lo humano que implica ver uno de estos grafitis repetidos y saber que ese mismo ciudadano al que no conocemos personalmente ha pasado también por allí. De alguna manera se crean lugares donde vemos las huellas de un vecino humano y nos sentimos más en casa. Pocas prácticas se merecen más el término, ya capturado y muy devaluado, de "humanización", que la gente que transforma en espacios vividos y familiares multitud de zonas de la ciudad (con todas sus contradicciones, también tan humanas). Por otra parte, en pleno siglo XXI es difícil de entender el rechazo tan rotundo a la repetición como cualidad artística, cultural o social.
Frente a estos valores, pensemos ahora en la situación del grafiti en casos como los siguientes: la campaña de promoción de El francotirador paciente, el libro sobre grafiteros de Pérez-Reverte; los amigos de Blu borrando una de sus obras más reconocidas en Berlín para que no sirviera a los intereses gentrificadores del mercado inmobiliario local; la cantidad de grafiteros introducidos en el mundo industrial del arte contemporáneo, contratados por ayuntamientos para decorar espacios considerados "antiestéticos" o pintando paredes de bares que detectan su falta de personalidad ya antes de abrir; la plaza dedicada el año pasado a Muelle en Madrid, reconocido personaje de LaMovidaMadrileña®, pero no a los menos asumibles, aunque quizás pioneros, de Decadencia1; las piezas con nota al pié: "grafiti ilegal", como nueva necesidad aclaratoria para sus practicantes; o el uso cotidiano que se hace de los fondos grafiteados por parte del cine y la publicidad para invocar todo tipo de valores (siempre relacionados con lo real, lo popular, lo urbano, etc.).
El proceso de captura del grafiti implica selección y control, ya que sólo algunos de sus formatos pueden tener cabida en el marco de lo "cultural". Se trata, por ahora, de un conflicto vivo en el que, en cada momento, la cultura puede posicionarse críticamente en el lugar que entienda más oportuno. Teniendo siempre presente que la posibilidad de captura, voluntaria o involuntaria, es un asunto sobre el que se puede reflexionar.
1 Decadencia fue un grupo punk madrileño. En uno de los comentarios de esta noticia de eldiario.es (del usuario "churro") y en este post del blog "Madrid me priva" se dice que fueron ellos los primeros "grafiteros" que llenaron Madrid con su nombre a principios de los años ochenta.
* Actualización de octubre de 2018: En los últimos meses los medios de la Corporación Voz de Galicia han comenzado una intensa campaña contra los grafitis en A Coruña. Casualmente, justo en el momento en el que empiezan a ser continuos los grafitis con el lema "La Voz miente" por toda la ciudad. En próximas ampliaciones de este análisis, intentaremos explicar este interesantísimo proceso.
** Actualización de mayo de 2019: Sobre el tema del grafiti hemos continuado esta pequeña introducción con el artículo «La comunicación informal en la ciudad: ¿sueñan los grafitis con ser pintadas?», publicado en mayo de 2019 como parte del libro La fiesta, lo raro y el espacio público.
#Palé
Uno de los casos más explicativos de los procesos de asimilación de las innovaciones populares por parte de la cultura masiva es quizás el del palé1. Los inicios de la construcción con palés2 en España seguramente se sitúen ya en los años 70, sin embargo, no es hasta la primera década de este siglo cuando su uso se populariza y trasciende los procesos minoritarios y circunstanciales, principalmente vinculados al do it yourself y a las arquitecturas colectivas o informales. Es en ese momento cuando el trabajo con palés pasa a convertirse en una solución constructiva deseable y accesible para muchas personas: una rápida búsqueda digital refleja la cantidad de información y documentos compartidos en las webs de diseño, "curiosidades" o incluso en la prensa generalista del tipo "Cómo hacer una mesa de palets paso a paso".
A partir de un determinado momento, el palé pasa a ser un elemento más del catálogo de materialidades asumibles por el Estado y el mercado. Deja de vehicular valores exclusivos de los procesos de autoconstrucción colectiva y similares, y empieza a funcionar también para definir el grado de modernidad de cualquier realidad física: desde las escenografías de programas televisivos de prime time tipo "Torres y Reyes", hasta los escaparates de tiendas de toda condición (las de la onda Inditex, pero también las de precios con muchos ceros, donde pueden convivir perfectamente con chapas onduladas, cajas de fruta o ladrillo cara vista). Y por supuesto, también de las estrategias comunicativas de los partidos políticos mayoritarios: Obama (2011, modo industrial), M. Rajoy (2013, modo hipster) o Pedro Sánchez (2017, modo minimal) ya han paletizado alguna vez sus escenografías.
El fin de su condición marginal podría vincularse perfectamente a la fotografía publicada por El País el 17 de junio de 2011 como imagen del artículo "Arquitectura de guerrilla en el 15-M", que rápidamente fue contestado por Libertad Digital con la noticia "El País ensalza la arquitectura de la favela de Sol", muy bien sintetizada con el subtítulo "El diario de Prisa eleva a categoría de arte el chiringuito de palés que aún permanece en la Puerta del Sol". Tanto el hipócrita posicionamiento del primero, como la supuesta beligerancia de la respuesta, representaron un cambio significativo en el devenir de este nuevo elemento constructivo: más allá de un debate posibilitado por los diferentes valores convocables por este nuevo material, la cuestión crucial es que el palé quedaba de repente introducido dentro del lenguaje comprensible para los medios de comunicación masivos, era ya un tema sobre el que se podía discutir porque sencillamente se entendía, se le daba el estatus de asunto real alejado de toda condición "bárbara". A partir de este momento, la imagen de Rajoy del 17 de noviembre de 2013 rodeado de palés en la clausura de la convención nacional de las nuevas generaciones de su partido (que seguramente no habían acampado en Sol, pero que dos años más tarde ya se identificaban plenamente con sus materialidades), era sólo una cuestión de tiempo.
Aunque esta escenografía fue muy comentada, las críticas se centraron en ridiculizarla como plagio de la que utilizó Obama en agosto de 2011 en un mitin en Atkinson (Illinois), un núcleo menor en el que tenía que representar su apuesta por la producción agrícola mientras denunciaba la irracionalidad de que los impuestos del capital sean mucho menores que los de que pagan los "auténticos" trabajadores que allí se concentraban. El acto se realizó en un gran almacén de una de las sedes de Wyffels Hybrids, una empresa especializada en la producción de semillas de maíz transgénico, cuyos propios palés sólo tuvieron que recolocarse para generar un instantáneo escenario-photocall perfectamente capaz de imbuir al presidente del valor de la cultura del trabajo americana que venía a alabar. El discurso de Rajoy se produjo en el Colegio Oficial de Médicos de Madrid, donde rodeado de palés exhortaba a los jóvenes del partido con clásicos como el "No vamos a levantar el pie del acelerador". Cuatro años después, en junio de 2017, Pedro Sánchez clausura el 39º Congreso Federal del PSOE celebrado en IFEMA delante de una estructura de tres palés, esta vez en estilo minimalista, en formato tótem vertical, pintados de blanco y con el incalificable lema "Somos la izquierda" en letras rojas, un montaje también reproducido en horizontal y tamaño gigante en la parte superior del escenario para los planos largos.
En definitiva, el caso del palé es el de un maravilloso recorrido entre una necesidad resuelta circunstancialmente a través de la transformación de un elemento auxiliar en material constructivo, un desarrollo técnico experimental que incluye su reconversión estética virtual, y su captura como forma de expresión de valores abstractos, compartibles, neutralizados. Al principio, pensábamos que esta situación era una evolución claramente natural, y que algo bueno tendría la increíble rapidez con la que se desarrollan hoy por hoy estos procesos. ¿Acaso importaba tanto la muerte de un material como vehículo de expresión unívoco? ¿No sería esta velocidad nuestra mejor aliada para poder discriminar rápidamente los valores de lo matérico? Unas preguntas más centradas en la captura de sus significados que en la realidad de los procesos sociales en los que se insertaban.
Sin embargo, si pensamos en el palé desde su relación con las culturas comunitarias, se trata de una máquina o ensamblaje de materiales, trabajos, funcionalidades, agentes, costes y todo un sinfín de cuestiones que acaban materializándose en un proceso constructivo definible. Simplificando mucho, podríamos concluir que el palé como objeto físico hace máquina con su gratuidad y con la autoconstrucción, es decir, con su condición de materia prima de nuestro espacio-tiempo (como muchos otros "deshechos") y con un grado de accesibilidad suficiente como para servir a las necesidades constructivas, individuales o colectivas, de origen social y autogestionado.
En el caso del proceso de captura del palé, el problema no es entonces la devaluación de los significados asociados a su materialidad (ya sea desde el mundo de la estética industrial u obrera, o desde su condición política de material de arquitecturas alternativas o colectivas), sino que la captura, que implica popularidad y deseo masivo, hace aparecer de la nada un valor comercial que elimina una de sus condiciones maquínicas, al convertirlo en un objeto con precio. Se trata de un caso de captura-extractivista, en el que el simulacro capitalista repercute sensiblemente en el desarrollo de la cultura popular, reconvertida ya en nicho de mercado.
Desde la crítica capitalista se dirá que, a cambio de estas externalidades negativas, este proceso de mercantilización supondrá una aceleración de los procesos de innovación respecto a su uso y la creación de empresas especializadas con cada vez más competencia, lo que acabará derivando en un precio asumible que devuelva el palé a sus usos originales en un plazo indeterminado. La realidad, por ahora, parece seguir otro camino: más allá de su existencia como objeto funcional de origen logístico cada vez más demandado como pieza multifuncional, a día de hoy es cierto que el palé se ha disuelto en la sociedad, pero más bien como una forma abstracta con significado consensual, habiendo traspasado por supuesto su formato material: ahora mismo se pueden comprar palés en todos los tamaños y formatos, sobre todo para elementos funcionales y decorativos del hogar o la hostelería, desde posavasos, bandejas, estantes o simples objetos ornamentales, hasta un restaurante en Chueca decorado completamente con estos elementos y llamado, como no podía ser de otra forma, "El palé". ¿Qué queda de la "máquina palé" en estas realidades? ¿Cómo se sitúa la cultura ante este proceso en un momento en el que cada vez hay más foros o mesas de debate decoradas con palés?21 Este texto es una pequeña ampliación del post «Paletización - Paletization (2011-2013)» (Ergosfera, 2013) y del texto «El palé» (Ergosfera, 2014). Sobre el tema del palé, se pueden consultar además estos dos textos: «Palets Fever; nuevos iconos urbanos», un artículo de Juana Sánchez publicado en La Ciudad Viva el 28-10-2013, y «El nuevo arquitecto», un artículo de José Miguel Morea Núñez publicado en Arquitectación el 27-11-2013.
2 Como dato de interés hay que mencionar que junto al palé, el contenedor es otro de los objetos que también ha traspasado su funcionalidad original para reconvertirse en elemento material y arquitectónico. Ambos son estandarizados, industrializados y completamente globalizados, porque son dos de las piezas angulares de la industria de distribución y almacenaje de mercancias en todo el planeta. Ambos comenzaron a utilizarse a mediados del siglo XX (durante la Segunda Guerra Mundial el palé, y en 1956 el contenedor). Medio siglo después, gracias al abaratamiento derivado de su producción masiva y a la proporcional generación de "desperdicios" reutilizables (a costa por supuesto de los efectos irracionales de la globalización comercial...), ambos han entrado a formar parte de las materias primas con las que construir.
#Descampado
Hipótesis: el mundo deriva hacia el dominio de la interioridad (al orden urbano, al control estatal o imperial, a la sociedad global o al capitalismo mundial integrado...). En un contexto así, donde la ideología de la seguridad y el control masivo se normalizan más cada día, parece oportuno preguntarse sobre la exterioridad: sobre si aún existe y bajo qué formatos e intensidades, si se puede diseñar o si es posible fomentar, aislar o patrimonializar los espacios que hoy en día pueden representar ese concepto en algún momento.
Hablar del descampado1 es pensar también en los espacios debajo del puente, los solares no edificados (abiertos, cerrados o en obras), los edificios abandonados, los callejones traseros, etc.; toda una genealogía de espacios que suelen representar una singularidad urbana a nivel local mientras son genéricos a nivel global. Y donde pasa, entre otras cosas, todo aquello que en la ciudad visible no tiene cabida, para lo bueno y para lo malo. Si pensamos en la cantidad de acontecimientos que han sido narrados por la cultura a partir de su determinante situación en cualquiera de estos espacios, da la impresión de que casi habría que tratarlos como equipamientos urbanos, como espacios públicos donde una sutil contigüidad no invasiva hace posible la convivencia con lo "incivilizado" en la ciudad.
El espacio debajo del puente donde Puigdemont quedó con otros vehículos iguales que el suyo para despistar a los helicópteros de la policía y votar tranquilo el 1-O; la casa o el edificio abandonado donde tanta gente superó algunos miedos sintiéndose exploradora por primera vez, o donde está el CSO que reproduce otras culturas y economías; el solar no edificado donde un colectivo de vecinas y arquitectas ha impulsado un huerto comunitario; el solar en obras paralizadas donde unos tubos de hormigón sirven como parque infantil; el descampado utilizado para una rave, un beso o deshacerse de documentación de la Junta de Andalucía. Todos estos lugares y situaciones, tan humanos y urbanos, se enfrentan a la lógica de la colmatación-consolidación, lo que, por definición, hace que los sistemas tecnológicos y organizativos de la ciudad tiendan a desplazarlos hacia el borde exterior del crecimiento urbano. Un desastre para la ciudad porque eliminar una de las declinaciones fundamentales del espacio "vacío" implica simplificar la riqueza y las posibilidades de sus centros.
Los descampados y el resto de espacios urbanos descritos son, fundamentalmente, exterioridades parciales basadas en la degradación, territorios sin competencia del mundo formal y, por lo tanto, lugares capaces de refugiar a las comunidades y prácticas sociales expulsadas de la ciudad normativizada en cada momento histórico. Esto, obviamente, incluye todo aquello que podría ser perfectamente aceptado socialmente, pero también todo aquello para lo que existe un rechazo consensual. Ahí está el centro del problema. En cómo posicionarse políticamente ante esta situación tan humana. Desde el urbanismo, tenemos bastante clara la necesidad de estos espacios y de que sus formatos y condiciones sean cada vez más diversos. ¿Cuál es el posicionamiento de la cultura al respecto?
1 El análisis del descampado, solo introducido en este pequeño texto, es uno de los temas principales del proyecto Degradación - Exterioridad - Emergencia (Ergosfera, 2009-actualidad). En la web del proyecto pueden consultarse varios documentos para contextualizar la relevancia de este tipo de espacios.
#Feísmo
Desde comienzos de este siglo, los diferentes gobiernos gallegos y la Corporación Voz1 centran sus esfuerzos respecto al urbanismo en la toma de control de todo el territorio gallego y en el fomento de su capitalización, siempre desde las lógicas e intereses de los centros urbanos y a través de una reflexión estética y pretendidamente "paisajística", un objetivo vehiculado a través del término "feísmo"2.
El incrementalismo, la construcción de cosas o territorios como un proceso más que como un acontecimiento perfectamente situable en el tiempo, es uno de los principales enemigos identificados como "feísmo". Más allá de esta definición estética, se trata de una condición relacionada con la autogestión, con acoger los tiempos y la vida humana en su complejidad, y con la naturalidad de los procesos no lineales que abren la posibilidad de adaptación a los cambios. El problema es que la organización científica y política de la ciudad es incapaz de aceptar estos tiempos e imaginar formas de gestión que superen a la burocracia con la que funcionan las instituciones públicas, que sólo responde a un tipo de proceso evolutivo entre los infinitos posibles y razonables.
Además de esta relación con la autonomía y los tiempos humanos, a nivel urbano los procesos incrementalistas suponen la mezcla, en contigüidad o superposición, de usos, tipologías y "llenos y vacíos", así como la pervivencia del sustrato catastral y patrimonial, tanto preindustrial, como del siglo XX. Por otra parte, desde la perspectiva económica, estos procesos incrementales representan una quiebra radical en el sistema, pues están, por lo general, al margen de la cultura de la deuda, ya que hablamos de procesos que se van desarrollando a medida que se generan recursos y no a través del sistema hipotecario dominante. En un contexto como el gallego, con un altísimo porcentaje de viviendas unifamiliares autopromovidas, que sea esta la tipología más atacada por las leyes de suelo y los planes generales no parece una casualidad, sobre todo si pensamos que ni a las administraciones públicas, ni a los bancos, ni a los técnicos, les interesa económicamente este modelo.
Como no existe una foto final única, ni siquiera una linealidad comprensible, se puede dar el caso de procesos de crecimiento perceptiblemente irracionales, aunque dispongan de una lógica clara para sus promotores. Esta situación no sólo genera un choque estético respecto a las formas conocidas, sino que realmente hace emerger la transgresión debida a la no linealidad. Un conjunto de nuevas formas y cosas urbanas resultantes de la consolidación precaria de los estados intermedios de un proceso, como las carreteras-calle (a escala territorial), los tejidos de edificación discontinua (a escala urbana), o las múltiples tipologías edificatorias surgidas de la mezcla de lo productivo y lo reproductivo (a escala arquitectónica), como los chalés-sobre-espacios-productivos.
Muchas de estas transgresiones derivadas de los estados intermedios "calcificados" serían material de revista de arquitectura si fuésemos capaces de imaginar la edificación y la urbanización como procesos no necesariamente lineales y solo aceptables en su estado ideal y final. Pensemos, por ejemplo, en esos espacios abiertos situados en planta alta, entre una planta baja habitada y una cubierta flotante, que se mantienen durante años como espectaculares terrazas-tendedero, o en esas viviendas "sobre pilotis" que generan espacios para almacenaje, garaje, comidas familiares o zona de juegos cuando llueve: ambos casos son perfectamente aceptables desde la racionalidad del proyecto arquitectónico, pero, al parecer, imposibles de asumir como contingencias de un proceso extra-disciplinar.
Lo mismo podríamos decir de los tejidos de edificación discontinua, narrados por sus enemigos como "feísmo de medianeras", sin poder imaginar ni por un momento que se trata de superficies verticales útiles, y sobre todo, reflejos de una ausencia potencialmente pro-urbana. Tejidos caracterizados por la mezcla de parcelario libre y edificado, la convivencia de diferentes usos y tipologías arquitectónicas, y la importancia para su urbanidad de los usos que acogen los solares no edificados (cultivos, descampados, aparcamientos, terrazas, espacios de almacenaje, actividades comerciales, etc.).
En este contexto, es difícil de calificar este sorprendente giro histórico en el que una buena parte de la opinión pública identifica proceso con mal hacer, pobreza o fealdad, resultando alegremente aceptable la cuestión de fijar unos plazos determinados para construir, sean cuales sean las motivaciones y objetivos de la edificación (por supuesto, pensamos en la autopromoción y en los procesos colectivos de base social, no en ofrecer aún más facilidades a la industria inmobiliaria española). Un último ejemplo muy representativo del estado de las cosas: estamos en un punto en que una persona puede defender vehementemente la puesta en marcha de una política de huertas urbanas, mientras rechaza por antiestético un modelo que, precisamente, hace convivir huertas con edificaciones radicalmente urbanas.
1 La Corporación Voz es el grupo mediático con mayor difusión en Galicia, el que más fondos públicos recibe vía subvenciones y convenios, y el que se ha convertido en la base de la información de los medios públicos autonómicos.
2 El trabajo de Ergosfera alrededor del término "feísmo" y del territorio gallego contemporáneo se puede consultar en la web del proyecto Eu si quero feísmo na miña paisaxe! (Ergosfera, 2011-actualidad).
#Benidorm
Al contrario que en París, Venecia o el banco de Loiba, lugares turísticos "culturalmente" valorados, en Benidorm1 o Las Vegas ningún turista se queja del exceso (del resto) de turistas: hay lugares cuya experiencia aumenta su valor con el número de personas y no al contrario. Si bien la ciudad es, entre otras cosas, el invento del anonimato, hay algo en Benidorm que extrema la posibilidad de disolverse en la masa, de ser parte de un colectivo, tan genérico como "familiar", al que pertenecen todas las personas que la habitan temporalmente (pocas por primera vez). En un contexto donde quizás debería suceder lo contrario, emerge rapidísimamente un sentimiento de pertenencia y de vecindad, extraño y combinado con el anonimato. El término medio (ordinario, genérico, global, turístico...) parece llegar a un punto de intensidad donde deviene cultura e identidad, desde una condición dual: la desconexión con el modo de vida habitual y la conexión con la multitud.
Sólo desde una cultura que ha convertido el "sé tú mismo", la exclusividad o la diferenciación personal en lemas consensuales y funcionales (tanto para publicitar una exposición artística, como para vender coches), se puede entender el desprecio hacia Benidorm en términos culturales: un supuesto consenso que hace que algunos españoles sientan vergüenza y declaren venir de "Alicante" a su regreso de vacaciones, que identifica la ciudad con viejos, paletos o familias de trabajadores "no cualificados", o que la resume a un cúmulo de rascacielos que año tras año se utiliza mediáticamente como fondo (de teleobjetivo) para representar la masificación de las playas, la destrucción del borde costero o la materialización de la corrupción urbanística.
Son muchos los temas de interés urbano y urbanístico de los que se puede hablar a través del estudio de Benidorm. A continuación, se introducen una serie de casos, situados principalmente en la zona de la playa de Levante, que pueden ser útiles para pensar su dimensión cultural:
La Biblioplaya de la playa de Levante, inaugurada en 2000 y remodelada en 2009 por 195.000 euros, es un ejemplo muy representativo de una política cultural del "saber estar" (donde está la gente). Comparada con los grandes contenedores culturales presupuestados en millones de euros (las obras del gran Centro Cultural de Benidorm están paralizadas desde hace años) y a los que hay que ir explícitamente para disfrutar de la cultura, una simple biblioteca en la playa (uno más de los múltiples equipamientos con los que cuenta) refleja perfectamente la escala conceptual y presupuestaria de las intervenciones efectivas a nivel social. Si es posible imaginar hasta un "sol y playa socialdemócrata", habrá muchas otras formas de situar la cultura allí donde está la gente y no al revés.
En Benidorm se producen varios momentos de superación de las lógicas inscritas en la materialidad y legalidad del suelo. El caso más conocido es el de la ocupación de los famosos "retranqueos" por actividades terciarias, que convierten en un bazar continuo, diverso y vibrante las calles de la zona de la playa de Levante, pero no es el único. Las calzadas son ocupadas continuamente por el cruce de peatones de forma natural, pues, como ya describió Iribas en los 90, «el peatón domina psicológicamente sobre el coche»2. También se puede dar el caso (como en la calle Gerona) de que sean las terrazas las que se sitúen sobre el asfalto sin esperar peatonalizaciones definitivas, en un proceso de acción directa y prueba-error completamente funcional y explícito. Las aceras, por su parte, también han sido ocupadas por sillas motorizadas, unos elementos en principio ajenos, que parecen pervertir su lógica, hasta que se piensa en el dominio absoluto de los desplazamientos peatonales como forma de movilidad (no sólo entre los turistas, ya que Benidorm es la ciudad española con mayor porcentaje de desplazamientos al trabajo a pie) y en que estas pequeñas máquinas también forman parte del sistema que evita el uso de otros vehículos más problemáticos para la vida urbana.
Los cientos de músicos "anónimos" (a nivel global) que actúan cada noche en hoteles, restaurantes, cafeterías y pubs son también una representación de la cultura accesible, alejada de la necesidad de masas y disuelta en lo cotidiano. Benidorm pudo significar el origen de la fama de Julio Iglesias igual que hoy es la sede del Low Festival o recibe a David Guetta o a Steve Aoki más veces que Madrid o Barcelona. Pero si algo es omnipresente es la profesionalización de la cultura musical como parte de la vida urbana. Cientos de artistas desconocidos que durante muchos meses al año pueden vivir, o al menos complementar otros ingresos, de la música: un tipo de cultura como profesión casi anónima pero sostenible.
Benidorm es también un lugar interesantísimo desde la perspectiva de su relación con las culturas nacionales-estatales. Para empezar, se da uno de esos extraños momentos de comunicación con el mundo global pero a nivel local y físico: la ciudad es uno de los lugares donde se realizan las campañas antitaurinas de Actyma (Asociación contra la tortura y el maltrato animal) y PDH (Pro Dignidad Humana), siempre con los mensajes en español e inglés y con los colores de la bandera española como fondo, en un diseño claramente dirigido hacia los cientos de miles de extranjeros que visitan la ciudad cada año. Lo nacional-estatal tiene otras lecturas desde Benidorm, ya que mientras han desaparecido prácticamente todos los tablaos flamencos2 que en los años 70 se suponía que eran la cultura que vendrían a buscar los turistas, la ciudad tiene una "zona de los vascos" con multitud de tascas tradicionales y hasta un batzoki (un local social del PNV ya desaparecido, donde, por supuesto, venían los políticos a hacer campaña en las elecciones). Por último, la ciudad es también uno de esos lugares donde se produce la desvirtualización de las culturas mediáticas masivas de ámbito estatal: una materialización de la prensa rosa que se hace realidad en los famosos "bolos", claro está con Ylenia como estrella local, pero también protagonizados por muchos de los concursantes de Gran Hermano, MYHYV o los tertulianos de Sálvame, en un sistema con suficiente sensibilidad como para dar espacio hasta al "Pequeño Nicolás" el año que salta a la fama.
Mientras en un referente cultural contemporáneo como Jot Down se define a Benidorm como el «turismo antihipster» (2013) o como «horror arquitectónico que habría que demoler urgentemente» (2014), el alcalde Toni Pérez (PP) tiene claro que «Benidorm también es para hipsters» (2016). Desde luego, la ciudad se enfrenta a este marco cultural con una normalidad sorprendente: una bloguera de moda puede publicar una sesión de fotos «de compras por Benidorm» descubriendo el encanto de sus tiendas de souvenirs, zapatos baratos o productos Penélope, así como el food truck de Localolita Street Food puede abrir en una esquina interesante y funcionar. Pero, y esto es sólo una percepción que habrá que comprobar, hay algo ambiental, alguna característica indescriptible por ahora de su urbanidad, que parece situar a estos lugares como unos más dentro de su diversidad, como simples piezas sin poder alguno para convertirse en dominantes como ocurre en muchos otros barrios y ciudades.
Estas breves notas sobre aspectos relacionados con la cultura tienen seguramente una importancia relativa en comparación al gran tema que plantea un lugar como Benidorm: el de la aparición de múltiples grises entre los conceptos de vecino y turista. Una distinción muy nítida que quizás nos ha servido durante siglos, pero que en la era de la economía fósil y los viajes generalizados (y al menos hasta el colapso o la transición hacia otro modelo), ya no es útil para describir las múltiples formas de habitar ciudades como Benidorm, donde buena parte de sus residentes temporales llevan regresando diez, veinte o treinta años según las estadísticas, por lo que no parecen lo mismo que quienes van a consumir París o un crucero por el Nilo para no volver nunca más. Una anécdota que describe varias cegueras en este sentido: mientras OkDiario publicita a los enésimos emprendedores madrileños que quieren «traer a España el concepto fish&chips» porque lo vieron «en otras ciudades cosmopolitas como Berlín, Sídney o Nueva York», en Benidorm el Ray's I lleva abierto desde 1979 y June y Steve llevan dirigiendo el Ray's II desde 1985.
1 Esta introducción al caso Benidorm desde la perspectiva cultural forma parte del proyecto Lo urbano y lo urbanístico, por Benidorm (Ergosfera, 2012-actualidad), en concreto, es una pequeña recopilación de notas sobre la presentación «¿Laboratorio cultural? Benidorm» (Lugo, 2017).
2 En «Benidorm, manual de uso», un artículo de José Miguel Iribas publicado en la revista Vía Arquitectura (Nº1, 1997) y en el libro Costa Iberica. Hacia una ciudad del ocio (MVRDV, 2000).
* Versión revisada en junio de 2022 para su publicación en la cuarta edición del libro Ensayo y error Benidorm.
#McDonalds
De entre las numerosas críticas que recibe McDonald’s1, solo las más graves y comprobables (la explotación animal, medioambiental y laboral que implica su modelo de negocio) ya hacen pertinentes las múltiples campañas de boicot, manifestaciones, pintadas o lemas colectivos (como I’m vomitin’ it o McShit), que incluso acabaron materializándose en la celebración del Día Mundial Anti-McDonald’s el 16 de octubre. A partir de ahí, las críticas se hacen más difusas y, tanto las que atacan la calidad gastronómica de su comida o los efectos de su abuso en la salud o la obesidad, como las que hablan de colonización, homogeneización cultural o McDonalización de la sociedad, admiten muchos más matices y son más difíciles de asociar preferentemente a esta multinacional.
La escala del fenómeno explica sin duda estas críticas hacia muchos de sus graves problemas asociados, pero no el desprecio o la indiferencia académica y cultural hacia su estudio. ¿Cómo es posible no reconocer su condición de experimento primitivo de espacio global? El hecho de que sea un producto capitalista tan extremo no elimina de ningún modo su interés, sino que lo acrecenta, ya que, como sabemos, el capitalismo es un sistema que no controla nunca las externalidades que produce (para bien y para mal). La arquitectura y el urbanismo, y desde luego la cultura, no pueden permitirse despreciar la legitimidad y las potencias de lo genérico y lo global, pues toda referencia es válida, abstraible y re-capturable por lo social.
Al contrario que el proceso de financiarización y virtualización socioeconómica mundial, cuando lo global se hace físico y se territorializa es también una forma de lo local. ¿Cómo se explica la condición de "embajada" que ha adquirido McDonald’s para millones de viajeros en el mundo? ¿Cómo ha logrado emitir ese significado de espacio global (que una multitud de personas fuera de su país de origen consideran un lugar "seguro" donde comer o tomar algo) y a la vez ser local en cada lugar (piénsese en los japoneses durmiendo sus siestas como en un negocio tradicional, en los adolescentes de cualquier lugar del planeta o en los hindúes, judíos o árabes comiendo a través de cambios en los menús que en el resto del mundo se reducen a pequeños detalles de las gastronomías locales)?
Como forma arquitectónica, es significativo que muy pocos2 locales de McDonald’s hayan sido comentados o publicados en revistas especializadas en las últimas décadas, es decir, un fenómeno que actualmente cuenta con más de 37.000 locales distribuidos por 122 países (muchos de ellos en edificaciones exentas) ha pasado desapercibido para la crítica arquitectónica/urbanística. ¿En serio este proceso puede no significar nada? No solo porque entre estos miles de locales hay evidentemente arquitecturas radicales de todo tipo (con el único pecado cultural de estar pintadas de rojo y amarillo, colores sólo aceptables en contadas ocasiones y bajo una lógica simbólica, no comercial), sino porque el fenómeno en conjunto debe ser analizado: salvo el sector religioso y sus diferentes templos (y solo en los casos más expandidos, cristianismo e islam), es posible que ninguna otra organización transnacional tenga esa presencia y distribución global a través de espacios físicos estanciales de acceso público.
Como cosa urbana situada en un territorio, si se piensa sobre las aportaciones de McDonald’s en sus localizaciones más comunes, parece que en la mayoría de los lugares representa una diferencia a nivel local:
Periferias. El caso del actual McDonald’s de Agrela (A Coruña), situado en una glorieta de un área industrial, comercial e infraestructural, explicita su función pionera como parte de un nodo urbano en formación. En muchos casos, la situación de los locales implica la colonización de las periferias, un papel de germen de urbanidad en territorios sin otras actividades formales, o reducidas a determinados horarios y funcionalidades, que empiezan a acoger de repente prácticas cada vez más urbanas y peatonales. Como cualquier otro espacio urbano, comienzan a formar parte de la memoria colectiva. Pero incluso en este tema es posible que representen una cierta singularidad debida a la demografía de muchos de sus usuarios, pues parece que en la adolescencia y la juventud se forjan relaciones con los lugares de gran intensidad (siempre puede pasar algo). Aunque sea más común durante los fines de semana, la imagen de cualquier madrugada en el McDonald’s de Agrela puede consistir en varios coches haciendo cola en el McAuto (con gente que viene de fiesta o trabajadores nocturnos), una pandilla sentada en las mesas de la terraza (abiertas y accesibles las 24h), alguien que viene en bici o andando (y que cada vez produce menos extrañeza) y unos cuantos coches aparcados con parejas o grupos de amigos comiendo hamburguesas y patatas. Por supuesto, deberíamos pensar en formas de evitar el paisaje de desperdicios al amanecer que queda en la calle donde aparcan los coches. Pero como huella humana, como representación material de la colonización social de lo que parecía indómito, incluso la basura está jugando aquí un papel urbanizador.
Nodos de movilidad. En las estaciones de tren, sobre todo cuando no forman parte del propio equipamiento sino de sus alrededores urbanos, los McDonald’s suelen funcionar como lugar de espera, encuentro y estancia en contacto con la ciudad, formando parte de una situación humana muy particular, el viaje, en la que estas prácticas son necesarias y muchas veces no están cubiertas por los espacios y dotaciones públicas. En el interior de los aeropuertos, los McDonald’s son de los pocos locales de hostelería que mantienen sus precios del exterior, una cuestión relevante en un contexto de estafa generalizada a los viajeros-consumidores-cautivos.
Centros urbanos. En muchas situaciones centrales los McDonald’s implican la introducción de prácticas sociales y estratos generacionales ajenos en principio a los lugares que los acogen. Por ejemplo, el McDonald’s, ya desaparecido, de la calle Real (una de las principales calles comerciales de A Coruña) hacía más diverso un espacio centrado principalmente en la moda, acogiendo una vida adolescente que contaba con varios lugares de quedada en los alrededores de la calle, pero ninguno de estancia con esas condiciones. Otro caso muy significativo es el del Burguer King de A Mariña (A Coruña), que durante varios años3 representó una importante diferencia formal (por su toldo rojo y su mobiliario de terraza, pero también, de una forma progresiva, por sus usuarios) en una zona pacificada a través del urbanismo y la renovación urbana centrada en el control estético. ¿Quién es la globalización en esta situación? ¿Es la homogeneización de todos los toldos y mobiliario de la calle patrocinada por Estrella Galicia (gran empresa local-global de A Coruña), o lo es la resistencia del Burguer King, que con su gesto explicitaba el absurdo de la situación y recordaba que hubo un tiempo en el que la ciudad era mezcla y diferencia? Por último, otra cuestión difícil o contradictoria es que si analizamos los procesos de gentrificación desde la perspectiva de sus culturas y estéticas asociadas, o más bien, cómplices muchas veces involuntarias, ¿hay algo más anti-gentrificación que un McDonald’s (capaz de desglamourizar cualquier lugar con chavalada, familias, pobres, etc.)?
Nodos turísticos. El caso de los grandes patrimonios mundiales también introduce muchas dudas: pensemos en el McDonald’s situado frente del Panteón de Roma (hoy ya desaparecido). Mientras había voces que lo consideraban un sacrilegio, un claro atentado a la dignidad del patrimonio, la realidad era que tenía el baño público más utilizado de la Piazza della Rotonda y que, por una consumición de 1€, una persona podía sentarse el tiempo que quisiera en una terraza frente al Panteón como sería impensable en cualquiera de los otros locales de la plaza. La situación era verdaderamente difícil de describir, pero lo que parecía era que se trataba de una instalación urbana para categorizar a las personas: mientras los "viajeros" tomaban un café por 6€ pasando pocos minutos hasta que la mirada del camarero hacía incómoda la permanencia en la terraza sin consumir más, los "turistas" tomaban un helado de 1€ tranquilamente en un ambiente en el que la falta de consumo no estaba penalizada. En un contexto en el que lo público sólo parecía estar representado en la discreción del rótulo de McDonald’s que habría exigido la normativa, es muy significativo que posibilitar la contemplación del Panteón cómodamente y ofrecer un servicio colectivo como el que daban sus aseos se parezca tanto a lo que debería ser la función de un equipamiento público.
Como cosa urbana y espacio social, el elemento fundamental que define la experiencia y la accesibilidad de los McDonald’s es el mostrador-frontera, la existencia de una barra que define completamente un adentro y un afuera y que marca radicalmente las prácticas que acogen los locales: usos privados y laborales dentro, usos públicos fuera. A partir de esta situación, dos son las consecuencias principales:
La aparición de un modelo hostelero no "servilista" en el que se incita a una cierta autonomía de las personas. Es muy significativo que la inexistencia del efecto hostelería-hogar (que te traten y te sirvan como en casa) produzca comportamientos relegados precisamente a lo privado, usos no convencionales que dan como resultado una cierta conversión del lugar en una casa. Está claro que el objetivo inicial fue el de ahorrar costes y tiempos a costa de producir deshechos de forma irracional e insostenible, pero hay algo mágico en ver gente de todo tipo transportando su comida a la mesa y tirando su propia basura al acabar, como a lo mejor alguno no ha hecho nunca en su propia casa. En términos de autonomía, es curioso que, si descartamos los casos de los comedores sociales, escolares o penitenciarios (que no son voluntarios), es probable que lo más parecido a la experiencia de comer en McDonald’s sea hacerlo en un centro social okupado y/o autogestionado.
A un nivel más relevante, la otra consecuencia fundamental es el ambiente de falta de control que implica está separación, la aparición de espacios donde sólo está el público y que, por lo tanto, son utilizados de una forma menos normativizada que en otros locales de hostelería, más cercana al estar que al simple consumir. Espacios accesibles y complejos (siempre con zona interior y exterior en los casos de edificios exentos) que acogen prácticas sociales muy diversas: quedadas de grupos de todo tipo, descanso de turistas, rincones de intimidad, etc. Hasta el punto de aparecer conceptos como McRefugee, una de las McWords que en este caso designa a las personas que pasan la noche en un local abierto 24h: principalmente personas sin hogar para las que estos locales son su mejor opción, pero también todo tipo de colectivos precarios, desde tokiotas que han perdido su último tren de vuelta a casa, hasta jóvenes europeos de Interrail que por unas horas prefieren ahorrarse una noche de hotel.
Por último, además del mostrador-frontera, también son relevantes el resto de los complementos ambientales a su accesibilidad, el acondicionamiento interior que cualifica la estancia en uno de estos locales: sillas y mesas (muy valorables en contextos de espacios públicos monofuncionales sin mobiliario urbano), baños limpios y sin prácticamente control de acceso en la mayoría de los casos, calefacción o aire acondicionado, wifi gratis, juegos de niños, etc. Y todo ello en un contexto de apertura 24/7 (cocina siempre abierta adaptable a cualquier cultura horaria), y accesibilidad con un filtro capitalista convencional (comprar algo), pero con consumiciones mínimas muy baratas respecto a las economías locales de cada país. Es decir, McDonald’s no suele ser el lugar más barato para comer un menú comparable, al menos en cantidad, al de otro restaurante local (no a cualquiera), sin embargo, el precio de sus consumiciones mínimas, que dan acceso por igual a todos estos servicios de forma ilimitada, si son incomparables a cualquier otro establecimiento. Y teniendo en cuenta que, además, gracias a la falta de control y a la masificación, en muchos momentos se suele poder acceder a ellos sin ni siquiera pasar este filtro económico.
Una hipótesis: en términos culturales, sociales y urbanísticos, es muy posible que el único problema de McDonald’s sea que lo haya inventado el mercado, una empresa privada, antes que lo público. La ONU, por ejemplo.
1 Este pequeño análisis del caso McDonald’s fue iniciado como parte de varias presentaciones realizadas por Ergosfera en 2008 y 2009. Aunque ninguna de ellas fue grabada, pueden consultarse las imágenes realizadas: «Second-vilas. A construcción do noso imaxinario espacial a través de Google» - Vilagarcía de Arousa, 2008 (imágenes 118-119), «Cafés para llevar y otros experimentos primitivos del espacio global» - A Coruña, 2009 (imágenes 3-20) y «Otras referencias: Distorsiones en torno a lo público y lo privado» - Gijón, 2009 (imágenes 11-17).
2 En 2009 hicimos una búsqueda en este sentido y solo logramos encontrar estos tres casos documentados: un restaurante en Londres, obra de SHH Architects en 2004; otro en Maribor (Eslovenia), obra de Njiric+Njiric Architekti en 2000; y una Ronald McDonald House en Utretch (Países Bajos), obra de Bosch Haslett Architects en 1999.
3 En abril de 2018, el Burguer King de A Mariña fue finalmente renovado y dejó de representar esta diferencia.
* Actualización de octubre de 2018: Desde mayo de 2018 se produjeron una serie de protestas para evitar el cierre de un McDonald’s en un barrio periférico de Marsella. En próximas ampliaciones de este análisis, intentaremos explicar este proceso, no tanto desde la perspectiva laboral de sus trabajadores, sino desde desde su condición de principal lugar de reunión para muchos vecinos y vecinas del barrio.
** Actualización de abril de 2022: A partir de ahora todos los materiales producidos como parte de este proyecto serán recopilados en la web McDonald's: el lugar frente a la metáfora.