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El ciclo urbano: siempre vida útil


Artículo publicado en la revista
Armar la ciudad, n.º 25
editada por el Instituto del Conurbano
de la Universidad Nacional de General Sarmiento
(Gran Buenos Aires, noviembre de 2022)
* El texto publicado es una versión resumida por el equipo editorial de la revista

Iago Carro / Ergosfera, abril de 2021




Diagrama de los usos formales e informales que puede acoger
una parcela urbana genérica durante el ciclo de la edificación

Ergosfera  |  Versión 1  |  Abril de 2021
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Una de las cuestiones que se visibilizaron durante el confinamiento es el enorme papel equilibrador de las desigualdades, redistributivo, que representa el espacio público en nuestras sociedades. Cuando la vida se redujo a la vivienda, las diferencias sociales y económicas se materializaron de una forma radical.

En este sentido, la crisis sanitaria ha abierto o acelerado varios debates importantes sobre el uso del espacio público, principalmente, en torno a los problemas generados por la ocupación del espacio peatonal por parte de vehículos y terrazas. Sin embargo, es necesario recordar que, reflejo tanto de la pluralidad como de las asimetrías sociales, son muchos los tipos de espacios urbanos utilizados por la ciudadanía como parte fundamental de nuestras vidas, no todos ellos encuadrables en las tipologías más reconocidas (calles, plazas, parques, etc.). Recuperando la agenda previa a la COVID-19, se aborda a continuación la cuestión de los denominados espacios informales [1] y su papel como dotaciones urbanas que amplían las posibilidades de uso de la ciudad, en concreto, la de una de sus materializaciones más comunes: la derivada del ciclo de la edificación que afecta a toda parcela urbana [2].

En cuanto un fragmento del territorio se hace urbano a través de la planificación, la urbanización, la edificación o los usos que acoge, entra en un ciclo continuo de construcción-uso-abandono-ruina que se puede materializar de múltiples formas y tiempos, siendo esta una de las causas por las que la historia de las ciudades es tanto la del cambio como la de la permanencia.

Un esquema simplificado de un posible ciclo de la edificación en una parcela urbana genérica (ver gráfico adjunto) podría ser el siguiente: desde un estado de espacio libre o solar no edificado (que en determinadas condiciones puede devenir descampado), a las fases de obras (que se podrían simplificar en los momentos de topografía interesante, esqueleto estructural y semi-acabada), los estados intermedios ya habitados, el tiempo de normalidad o momento de clímax desde el punto de vista del proyecto arquitectónico, los procesos de cambio posteriores derivados de su uso, el abandono, la ruina y, de nuevo, la fase de espacio libre o solar [3].

Entre todas estas fases por las que pasan cíclicamente la mayoría de las parcelas urbanas a lo largo de su historia, desde la disciplina arquitectónica o urbanística y desde la sociedad en general estamos acostumbrados/as a darle relevancia únicamente a la que se corresponde con un proyecto, un momento culmen que para la documentación fotográfica de la arquitectura está reducida a unos meses, la mayoría de las veces al tiempo desde que se acaba la obra hasta que entra en funcionamiento. Piénsese que incluso las fases anterior y posterior al momento de concordancia con un proyecto técnico, aún acogiendo usos formales, en muchas ocasiones son perseguidas por ilegales o denostadas como informalidad o "feísmo".

Una de las características invariables de este ciclo es que nunca, en ningún caso, es un proceso lineal: cada una de las fases tiene ritmos y tiempos de duración diferentes por norma general, pero lo fundamental es que todas, en cualquier momento, se pueden paralizar y convertirse en un estado calcificado durante un periodo de tiempo indeterminado.

Es cierto que lo más normal es que se consoliden las fases que acogen usos formales, sobre todo los estados edificados bajo un proyecto o con transformaciones posteriores. Pero si la que se cronifica por cualquier motivo es alguna de las otras, una realidad también muy habitual, lo que surgen son otro tipo de espacios urbanos que quizás sea necesario empezar a considerar con un poco más respeto y ambición científica. Para empezar, reconociendo que adjetivos muchas veces plenamente adecuados para describirlos, como vacíos, inacabados, abandonados, feos, degradados o inútiles, son solo perspectivas de análisis muy concretas, incapaces de dar cuenta de la complejidad de su naturaleza real o de las vidas que acogen estos espacios.

No solo porque todas las fases de este ciclo son capaces de acoger usos ciudadanos (la mayoría, perfectamente convencionales, otros más excepcionales y otros directamente al margen de leyes y consensos sociales, es decir, un compendio bastante rico de lo humano), sino porque las fases de uso formal pueden ser el periodo más importante o incluso el único conocido o documentado en muchos casos, pero en muchos otros se trata de una fase históricamente fugaz o que ni siquiera llegar a existir, como en los múltiples ejemplos de suelos nunca edificados aunque edificables, sin proyecto o con proyectos paralizados por cualquier ilegalidad, contratiempo o conflicto hereditario, o como los casos de edificios que nunca se llegan a utilizar hasta su demolición o que se utilizan por un periodo de tiempo muy corto en comparación al de su estado de abandono.

La paralización de alguna de estas otras fases genera una serie de consecuencias o condiciones urbanas sobre las que merece la pena reflexionar.

Para empezar, lo que se consolida tras la paralización es un espacio en un estado material determinado (espacio libre, edificación en obras, abandonada o en ruina), cada uno de ellos con sus propias características formales, materiales y de accesibilidad. Unas cualidades que, además, estarán matizadas o radicalmente condicionadas por su situación urbana con respecto a las centralidades territoriales. Aunque se puede utilizar la denominación de espacios informales para referirse a ellos, es preciso remarcar que esta informalidad solo es real respecto a una voluntad, idea o proyecto determinado, pues se trata de espacios completamente formales en términos materiales y simbólicos, ya que se pueden trazar genealogías, establecer clasificaciones, definir pautas y excepciones y utilizar todo el repertorio de herramientas técnicas y conceptuales que se emplean para definir los denominados, en contraposición, espacios formales.

Una de las características de esta paralización es que siempre es precaria e indefinida, consecuencia de circunstancias o voluntades conocidas o desconocidas, pero implicando siempre que la percepción desde la perspectiva externa (de cualquier persona que mira o piensa sobre uno de estos lugares) es que el ciclo puede tanto ponerse en marcha de nuevo en cualquier momento como no reanudarse nunca, produciéndose así una condición que sería casi una especie de antónimo del cliché contemporáneo de la "seguridad jurídica".

La principal característica de estos espacios es que no acogen usos formales: han sido abandonados por las personas, organizaciones o instituciones a las que las leyes reconocen como titulares, ya sea por su inadecuación (porque el espacio dejó de tener o aún no ha llegado a tener condiciones de habitabilidad) o por cualquier otra motivación personal, social, urbanística, económica o del tipo que sea (desde los procesos planificados de ruina-gentrificación-especulación, hasta un fallecimiento, una quiebra empresarial o una ilegalidad urbanística, hay muchos motivos por los que los usos formales pueden abandonar un lugar). Esta condición fundamental no es solo importante porque es real, sino porque la inexistencia de usos formales es también algo percibible.

Además, no se trata solo de que estos espacios no acojan usos formales por parte de sus legítimos/as usuarios/as, sino que legalmente no pueden acoger otros, y mucho menos sin el permiso explícito de la propiedad y de las administraciones públicas. De esta forma, cualquier otro uso que se formule en estos espacios será bajo la premisa y la consciencia de estar fuera del orden formal. La propia naturaleza de estos lugares implica, por lo tanto, que sus usos requieren de una voluntad explícita, de un esfuerzo por parte de sus usuarios, que será mínimo o máximo según múltiples factores personales y sociales: desde las cuestiones psicológicas o morales de cada individuo o el interés que anime el uso en cada caso, hasta la realidad legislativa y punitiva de cada territorio influirán en la percepción individual y colectiva de este esfuerzo.

No es este el único esfuerzo que requiere el uso de estos lugares. Si en términos formales, materiales o de situación urbana existe una enorme diversidad que condiciona las posibilidades de uso que acogen los diferentes espacios, un parámetro fundamental en todos los casos es el de la accesibilidad. Mientras los usos por parte de los no humanos comienzan desde el minuto cero de la paralización del ciclo, los usos informales populares dependen de unos límites más definidos respecto a la accesibilidad física de las personas. Una condición que no es un parámetro estático, pues tanto eventuales acciones humanas como el propio devenir de los espacios y edificios en el tiempo pueden producir cambios con repercusiones en este sentido. Para que aparezcan usos informales, el grado de accesibilidad debe situarse, por lo tanto, dentro de un límite determinado por la capacidad de entrar un cuerpo. Desde este grado mínimo, las posibilidades son infinitas: la necesidad de forzar una puerta, romper una ventana, saltar una verja, subir una escalera en obra sin peldaños ni barandillas o pasar por montañas de escombros o basura, son barreras arquitectónicas muy distintas que pueden impedir o dificultar el paso a diferentes colectivos. Se trata de una gradación de accesibilidad que la hace posible, pero nunca universal, ni física, ni psicológica o socialmente, es decir, no es un parámetro lineal que defina de forma absoluta el tipo de usos que pueden acoger estos espacios, pero sí una condición determinante en la mayoría de los casos.

Estas características y esfuerzos necesarios generan una cierta situación de exterioridad con respecto a la vivencia de los espacios urbanos más comunes en los territorios del mundo integrado. Así, lo que aparece en la ciudad es una condición urbana tan singular como absolutamente genérica: la de los espacios sin competencia del mundo formal, la cualidad fundamental que explica la posibilidad y la tendencia a que aparezcan los usos informales en estos lugares.

Estos usos informales pueden ser tanto actividades ordinarias y convencionales como muy singulares desde la óptica sociológica o jurídica, pero la cuestión es que, si se acaba realizando cualquier actividad en uno de estos espacios, es simplemente porque, o bien no hay otro lugar, o bien no hay otro lugar mejor para llevarla a cabo. Y hay una condición derivada de esa inexistencia de usos formales que tiene un gran peso a la hora de determinar su idoneidad: la privacidad. Una cualidad que se puede leer desde tres perspectivas. Por una parte, la privacidad como intimidad: ser lugares por donde no pasa nadie o casi nadie, o por donde, por lo menos, cada persona sabe quien no va a pasar. Por otra parte, la privacidad como domesticidad: ser lugares manipulables, territorializables más allá de los límites de la cortesía y la civilidad que imperan en el espacio público, es decir, la posibilidad de dejar huella o de transformar de forma indefinida un lugar. Y por último, la privacidad como propiedad: ser lugares cuyo uso puede consolidarse en el tiempo hasta emular muchas de las condiciones de la propiedad formal en términos prácticos, una propiedad o territorialidad que puede tener diferentes grados de apertura: desde un espacio alrededor de un sofá en un descampado que "solo" puede utilizar una pandilla de adolescentes, o un centro social okupado o una huerta comunitaria donde puede entrar cualquier persona, pero bajo unas normas colectivas, hasta los usos residenciales donde la apropiación del espacio está más restringida a un núcleo familiar o de convivencia determinado.

Lo que se observa a partir del análisis de los usos más comunes que suelen acoger estos lugares (ver gráfico adjunto) es que una de las consecuencias de la constante reproducción del ciclo de la edificación y de la posibilidad de cronificación de alguna de esas otras fases sin usos formales es que continuamente se están produciendo transformaciones del espacio urbano, cambios que implican una ampliación difusa e informal de lo público-común a costa de los espacios formales, ya sean de titularidad y uso público o privado. Es decir, a través del abandono de las actividades formales se difumina esa nitidez de lo público y lo privado, pues estos espacios no reúnen todas las condiciones necesarias que requieren estas dos categorías para materializarse. Como si de alguna forma, al igual que la condición de los comunes no es algo indefinido, sino que solo es posible mientras exista una comunidad que usa un recurso de forma común, la existencia de lo público y lo privado tampoco es posible si no se cumplen una serie de condiciones, entre las que está su uso formal. Así, estos espacios paralizados pasan a formar parte del espacio urbano accesible o utilizable de forma autónoma, individual o colectivamente, lo que a su vez, según el tipo de uso que acojan en cada caso particular, resignifica su condición en este sentido, pues cada uno de ellos implicará unas características que concordarán más con las de los espacios públicos, los privados o los comunes.

Esta riqueza urbana está pasando desapercibida para la disciplina arquitectónica, quizás porque a estas alturas aún no se ha asimilado de forma general que ni la participación de arquitectos/as ni la existencia de usos formales son condiciones necesarias para la aparición de una arquitectura digna de ser considerada y analizada como tal. Si no fueran innumerables los relatos situados en estos espacios de forma trascendental para la trama en multitud de productos culturales (libros, películas, series, videojuegos, etc.), se podría entender el desprecio que reciben por parte del mundo de la arquitectura. Pero es bastante insostenible pensar que las personas nos narramos todos esos usos significativos como forma de precaución ante estos lugares. Más bien, parece que describimos momentos de libertad, para lo bueno y para lo malo, momentos de humanidad y de urbanidad.

Así, desde la perspectiva urbana, estos espacios pueden ser perfectamente entendidos como dotaciones públicas, pues: a) Acogen una importante diversidad de usos ciudadanos que no disponen de otro lugar o de otro lugar mejor para desarrollarse, lo que aumenta la riqueza urbana de forma significativa; b) Se trata de espacios donde imperan unas reglas sociales diferentes a la normalidad de los lugares públicos o privados, así como unas posibilidades de territorialización muy variables, pero siempre distintas a las que representan estas dos categorías, lo que hace que se experimenten cuestiones como la responsabilidad, la autonomía o la comunidad en grados o formatos también singulares; c) En términos de capacidad emancipadora, democrática o de derecho a la ciudad, basta señalar que ya hay documentadas innumerables experiencias de desarrollo de los denominados comunes urbanos en este tipo de espacios; y d) En relación a la idea de sostenibilidad, también se alinea con las recomendaciones actuales de interés público: por una parte, porque se trata de procesos de reutilización de materia, de esfuerzo humano ya hecho y construido, y por otra, porque todo espacio no sometido a un control total es un refugio de biodiversidad (vegetal y animal, humana y no humana) solo indirectamente condicionado por la civilización.

Al margen de todas las ideas implícitas expresadas a través de los propios usos, los posicionamientos más comunes hoy en día ante esta realidad (también compartidos por muchas de las personas que utilizan estos espacios), se podrían simplificar de la siguiente manera: a) Un consenso político, mediático y social muy rotundo sobre su condición de errores a evitar y a cerrar o esconder cuando surjan, lo que se traduce principalmente en las normativas urbanísticas y de seguridad, salubridad y ornato público que, por ejemplo para lo solares no edificados, suelen exigir su vallado completo y prohibir cualquier uso que no haya solicitado una licencia previa; b) Una crítica a su estado vacío, inutil o degradado por parte de vecinos/as, académicos/as y activistas, que exigen y proponen procesos de conversión en espacios formales, ya sean comunitarios, públicos o privados, para que dejen de estar abandonados; c) Una cierta fascinación estética por parte del campo artístico (que unas veces solo los documenta o los utiliza como concepto y otras veces interviene en ellos), así como de la publicidad y de todas las actividades que orbitan alrededor de la idea de cultura urbana; y d) Una consideración como "espacios de oportunidad" por parte del mundo de la arquitectura, que siempre es capaz de imaginar intervenciones para "darle vida" a este tipo de lugares: a veces como apoyo a procesos populares como los anteriormente descritos (como podría representar el trabajo de Recetas Urbanas, de la red Arquitecturas Colectivas y de otros muchos equipos), y otras veces como simple expectativa económica de un nuevo nicho de mercado en respuesta a la enorme precarización que vive buena parte de la profesión [4]. Casi nunca para simplemente apreciar o apoyar desde la técnica a los usos ya existentes en estos lugares [5].

Si bien la apuesta por la eliminación total de estos espacios a través de la lógica de la consolidación o la colmatación edificatoria implica claramente una mayor pobreza urbana, no hay duda de que la mayoría de las iniciativas organizadas (vecinales, activistas o administrativas) que proponen usos efímeros o definitivos para estos lugares en beneficio de las mayorías sociales son muy positivas y valorables, incluso aunque impliquen su integración en la formalidad. Pero desde un análisis más amplio, en el que se sitúa este acercamiento a la cuestión, la respuesta ante los posicionamientos hegemónicos descritos no es tan sencilla como plantear la legitimación y la apertura total de estos espacios mientras están abandonados, como ejemplo que resume la hipótesis matriz que sustenta muchas de las actitudes propositivas ante su existencia. No al menos en todos los casos, pues esto implicaría un cambio trascendental: la aparición de la competencia de los usos formales. El medio es el mensaje: en esta nueva situación ya se estaría ante otro tipo de espacios urbanos. Además de las lógicas propias del capitalismo, son precisamente las ideas urbanísticas derivadas del consenso político, mediático y social las que, al ponerse en práctica, implican el cierre y la inutilidad formal obligatoria de estos espacios, asegurando así, al menos, que los usos formales no tienen lugar, y generando, a veces, momentos de accesibilidad no universal que alcanzan equilibrios más o menos estables con los distintos usos informales.

En este contexto, aún con muchas dudas por resolver, es fundamental comenzar a reconocer la riqueza que implica esta realidad y ampliar el concepto de vida útil del espacio urbano desde todos los campos posibles: por supuesto desde la arquitectura y el urbanismo, pero también desde la sociología, la política, la economía o la legislación. Dada su consistencia y su presencia global, ¿qué sentido tiene considerar todo este tiempo de tantos metros cuadrados del territorio humanizado como errores y no como fases igualmente útiles? Con otras utilidades, pero útiles al fin y al cabo. El territorio construido, lo urbano, está también compuesto por estos elementos. No es solo el conjunto de los espacios y arquitecturas construidas según un plan o una voluntad racional, es todo lo humano.

En este sentido, una de las críticas que reciben muchas veces los acercamientos a este tipo de lugares desde una perspectiva optimista sobre su propia realidad y no sobre su "potencialidad" es la falta de un papel claro para las profesiones técnicas como la arquitectura ante este cambio de paradigma. Tan posible es que aún no hayamos descubierto ese papel como que no exista, pero será cuestión de abordar algunas preguntas cuanto antes.

Algunas más genéricas y conceptuales, como:

  • - ¿Qué nos impide reconocer que, lejos de ser inútiles, algunos o muchos de estos espacios se han convertido en lugares, en espacios urbanos útiles en sí mismos, a veces, casi en equipamientos?

  • - ¿Qué pasaría si priorizamos la valoración de sus cualidades desde el presente, en lugar de desde el pasado, que es lo que implica definirlos como desechos o ruinas, o desde el futuro, que es lo que representa identificarlos como inacabados?

  • - ¿Por qué no aceptar que, a partir de un determinado punto, sus usos informales, humanos y no humanos, pueden adquirir una legitimidad suficiente como para ya no poder ser pensados como espacios vacíos o abandonados?

  • - ¿Qué tiene más peso en sus efectos prácticos, su condición de externalidades funcionales al capitalismo inmobiliario, o la de fisuras o elementos de "autoprotección" para la propia sociedad ante nuestros delirios de control total?

Y otras más específicas, como:

  • - ¿Podemos hacer que surjan estos espacios? ¿Es posible diseñar, por ejemplo, las condiciones urbanísticas y el estado material previo a la posibilidad de imaginar el Campo de Cebada [6]? ¿En qué clase de formato laboral cabría dibujar el plano y redactar la memoria estratégica de paralización de cualquier espacio bajo el pretexto urbanístico o jurídico que asegure un proceso más largo? ¿Podemos liberar a las herramientas técnicas de su función original, como hace Forensic Architecture [7], para estudiar qué cualidades urbanas, formales, materiales y legales son las que determinan la aparición de sus usos? ¿Llegaría con reconocer y describir sus lógicas para poder reproducir sus condiciones en otros lugares? ¿Cuál es el punto de equilibrio óptimo entre la ciudad formal y la informal?, es decir, ¿qué cantidad o proporción de estos lugares puede asumir un territorio sin disminuir su habitabilidad general?

  • - ¿Podemos hacer que se usen más cuando surjan? ¿Quién podría promover una política racional y selectiva de no actuación junto con el fomento de intervenciones blandas que solo abran más posibilidades sociales? ¿Nos imaginamos diseñando aperturas mínimas o abriendo directamente grietas en los cierres más inexpugnables hasta que los usos las descubran? ¿Cómo convencemos a las administraciones de la necesidad de introducir cambios en las normativas para que el miedo y el cierre total no sean las únicas lógicas que guíen su modelo de acción en torno a estos lugares?

  • - ¿Podemos intervenir sobre ellos sin introducir ninguna forma de captura? ¿Sería viable imitar a Gilles Clément con sus jardines y diseñar protocolos de acompañamiento de estructuras y ruinas en su proceso de degradación para simplemente eliminar riesgos y garantizar una mínima seguridad sin dejar huella ni influir lo más mínimo en sus usos? ¿Es posible evaluar cada caso según sus beneficios sociales, como se hizo en Can Batlló [8], o determinar en cuáles de ellos las condiciones urbanas aseguran una situación de contigüidad no invasiva, de máxima posibilidad de convivencia con lo incivilizado, sin que esto implique, ni su integración, ni la eliminación total de las posibilidades de uso de aquellos menos valorados por la técnica?

En 2021, desde un lugar cualquiera de la Europa integrada y observando la proliferación coyuntural de estos espacios tras la crisis inmobiliaria, parece tener sentido pensar sobre este tipo de cuestiones. Pero dada la excepcionalidad y la fragilidad de estos lugares, así como la posible condición inherente de la arquitectura como herramienta de orden y captura, hagámoslo con prudencia y siempre sin perder la perspectiva de que lo más probable es que el único papel útil de los/as arquitectos/as sea el de no hacer nada más que utilizarlos informalmente como ciudadanos/as.








1. Aunque no se utilizan en el artículo, es necesario mencionar que son muchos los conceptos teóricos surgidos en las últimas décadas para estudiar directa o indirectamente la realidad de los espacios y los usos informales. Este trabajo no se podría desarrollar, por lo tanto, sin la existencia de ideas como in-between (Aldo van Eyck, 1962), nothingness (Rem Koolhaas, 1985), zona temporalmente autónoma (Hakim Bey, 1991), ciudad genérica (Rem Koolhaas, 1994), terrain vague (Ignasi de Solá-Morales, 1995 y Luc Lévesque, 2002), post-it cities (Giovanni la Varra, 2001 y Martí Peran, 2008), tercer paisaje e espacios indecisos (Gilles Clément, 2004), distancias interesantes, urbanidad material y cosas urbanas (Manuel de Solá-Morales, 1995, 2005 y 2006) o dispositivos inacabados (Margarita Padilla, 2011 y Amador Fernández-Savater, 2012).

2. El estudio de los espacios y usos informales es el tema principal del proyecto Degradación - Exterioridad - Emergencia (Ergosfera, 2009-actualidad). Además de los espacios y usos derivados del ciclo edificatorio analizados en este artículo, en este trabajo se incluyen presentaciones, textos y otros documentos analíticos sobre algunas de sus otras materializaciones, como los descampados, los espacios urbanos bajo puentes y viaductos o las pintadas en las calles.

3. Un espacio libre o solar que ya no es el mismo que el original, pues incluirá huellas materiales más o menos explícitas de su pasado, transformaciones en su entorno que modifican sus condiciones urbanas y, como mínimo, una nueva capa de memoria colectiva que lo hace diferente.

4. Una actitud que incluye los trabajos profesionales más convencionales, pero también aquellos más reconocidos culturalmente, como los que componían la exposición Unfinished (comisariada por Iñaqui Carnicero y Carlos Quintáns en el pabellón español de la Bienal de Venecia en 2016 y ganadora del León de Oro), donde las obras de arquitectura mostradas eran ellas mismas las condiciones de legitimación de aquellos "espacios de oportunidad" sobre los que se actuaba, es decir, que no se trataba de una mirada optimista sobre esos lugares, sino optimista por lo que con ellos pudiéramos hacer los/as arquitectos/as.

5. En este sentido, sí empiezan a desarrollarse proyectos de investigación sobre estos espacios que, aunque por ahora se planteen como forma de entender las causas de su aparición y de imaginar posibles intervenciones de transformación o uso formal, al describir y catalogar de forma exhaustiva sus diferentes materializaciones, ya están aportando mucho a su reconocimiento como lugares. En este caso, es destacable el proyecto A Coruña Baleira?, desarrollado desde 2018 por profesores/as y estudiantes de la Universidad de A Coruña.

6. El Campo de Cebada fue un gran espacio urbano multifuncional, autogestionado y de uso público, abierto entre 2011 y 2017 en un solar de 2.500 m² vacío y sin uso tras la demolición de un polideportivo en el barrio de La Latina en Madrid.

7. Forensic Architecture es una agencia de investigación fundada en 2010 y con sede en Londres que ha desarrollado multitud de trabajos sobre violencia estatal y empresarial a partir del análisis arquitectónico y territorial. Además de los propios objetivos de sus proyectos, el enorme interés de su trabajo radica en la utilización de las herramientas técnicas convencionales de la representación cartográfica y arquitectónica para investigar y relatar sucesos en los que el espacio o el territorio no son casi nunca los protagonistas, pero sí los testigos y víctimas colaterales a través de los cuales se pueden confirmar hechos y hacer justicia.

8. Can Batlló es un antiguo polígono industrial situado en el barrio de La Bordeta en Barcelona que, tras décadas de abandono, desde 2011 acoge multitud de actividades autogestionadas. Una de las muchas cuestiones destacables de este caso es que en el proceso que llevó finalmente a la concesión administrativa de 13.000 m² a una asociación ciudadana en 2019 se realizó de forma pionera un balance comunitario como herramienta de evaluación, calculando el retorno social que implica el desarrollo de actividades comunitarias en estas instalaciones y demostrando así su interés público.